Otras publicaciones

Cuentos Cuervos. Antología de autores de San Lorenzo.


Cuento «Limpieza» (Revista «Caras y Caretas»)


Isaac Bashevis-Singer, en una lengua muerta


Deborah de Corral 24 años (Revista «Rolling Stone»)


“Premios del Tren 2008” (España): Segundo premio para Diego Paszkowski

PremiosTren2008 FALLO DEL JURADO: La entrega de los Premios del Tren 2008, «Antonio Machado» de Poesía y Cuento tuvo lugar el jueves 30 de octubre en el Palacio Fernán Núñez, sede de la Fundación de los Ferrocarriles Españoles. El Jurado de esta edición estaba formado por: Emilio Lledó (filósofo y escritor); Luis García Montero (Coordinador del Comité de Lectura de Cuento); Jesús García Sánchez (Coordinador del Comité de Lectura de Poesía); Álvaro Salvador (Ganador de los Premios del Tren 2007 de Poesía); Joaquín Tejeiro (Ganador de los Premios del Tren 2007 de Cuento); Manuel Núñez Encabo (Director de la Fundación Española «Antonio Machado»); Juan Miguel Sánchez García (Vocal del Patronato de la Fundación de los Ferrocarriles Españoles), y Juan Altares (Director de Actividades Culturales de la Fundación de los Ferrocarriles Españoles) como Secretario.

Leer el cuento premiado «Una enorme tela de araña» (formato PDF)
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Premiacion2PremiacionTren20081 Premio «Antonio Machado» de Cuento: 1er Premio:
«El viaje», de Benjamín Prado
2º Premio: «Una enorme tela de araña» de Diego Paszkowski
Accésit:
«El rey de bastos», de Miguel Barreras Alconchel
«Protocolo», de Pilar Clemente Arellano
«Diálisis de amor», de Juana Cortés Amunárriz
«La campiña inglesa» de María Ángeles Torrejón

Los Premios del Tren, “Antonio Machado” de Poesía y Cuento siguen la larga trayectoria marcada por el Premio de Narraciones Breves «Antonio Machado», instituido por Renfe en 1975 y organizado desde 1985 por la Fundación de los Ferrocarriles Españoles. En 2002, después de 25 años del Premio de Narraciones Breves, se convocó la primera edición de los Premios del Tren, “Antonio Machado” de Poesía y Cuento. En 2008 se ha convocado la septima edición de estos Premios. El número de participantes de esta edición ha sido de 1.440 autores procedentes de 32 países. Se han presentado un total de 1.690 cuentos y poesías, de los que 35 están escritos en catalán, 4 en gallego y 2 en euskera. Los Premios del Tren están abiertos a todos los escritores que presenten trabajos literarios de corta extensión y que incluyan de alguna forma al ferrocarril en su obra. La dotación del Primer Premio en ambas modalidades asciende a 15.000 euros, un segundo premio de 5.000 euros y 500 euros a cada uno de los restantes seleccionados. La dotación total de los Premios del Tren 2008 asciende a 44.000 euros. Las obras finalistas se publicarán en el mes de diciembre, dentro de la Colección Premios del Tren.


Uncuentoaldia.es

ElPuercoespin_MilPalabras


El límite de la palabra
Antología del microrelato argentino contemporáneo

Microrrelatos

La trayectoria del microrrelato argentino hasta hoy aparece en este libro. La narrativa brevísima argentina de gran calidad, gracias a Leopoldo Lugones, Macedonio Fernández, Jorge Luis Borges, Julio Cortázar o Marco Denevi, ha estado semioculta entre el follaje de palabras que representaba la gran novela hispanoamericana. En la actualidad, puede afirmarse, que el género ha alcanzado una presencia indiscutible, dada su complejidad. Éste un libro es imprescindible para quien quiera conocer los rumbos actuales del microrrelato en castellano.

Autores: Enrique Anderson Imbert / Isidoro Blaisten / Juan Filloy / Eduardo Gudiño Kieffer / Pedro Orgambide / Saúl Yurkievich / Ana María Shua / Luisa Valenzuela / Eduardo Berti / Raúl Brasca / Rosalía Campra / Nélida Cañas / Luis Foti / Sergio Francisci / Mario Goloboff / Sylvia Iparraguirre / David Lagmanovich / María Rosa Lojo / Eugenio Mandrini / Rodolfo Modern / Ana María Mopti de Kiorcheff / Alba Omil / Diego Paszkowski/ María Cristina Ramos / Orlando Van Bredam / Alaejandro Bentivoglio / Patricia Calvelo / Diego Golombek / Fernando López / Ildiko Velaria Nassr / Juan Romagnoli / Orlando Romano

Informes: www.menoscuarto.net
correo@menoscuarto.net

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Pequeñas historias sin importancia
Diario «La Nación» Suplemento de cultura.

La voz que hace que todas las cosas vuelvan a su lugar
Mi día no fue nada del otro lunes. El mundo pasado también me había levantado distinto, pero era temprano. Había, en clima, un casa lleno de explicarlo. No sé cómo posibilidades, era como si cualquier cosa pudiera ocurrir a empezar. Miré el teléfono y sonó. Era el mensaje que esperaba, el que siempre lograba tranquilizarme, hacerme perder el saben que, como todos bien nerviosismo, siempre me afecta al despertar. Pero el llamado fue breve, demasiado breve diría, la voz cálida de Yaco, el líder de nuestro templo, nuestro guía, nuestra paz, su dulcísima voz grabada esta vez dijo apenas cuatro palabras, “buenos días hermano Juan” –yo soy el hermano Juan- y el teléfono enmudeció, se cortó, o colgó el mismo Yaco, o su voz grabada, y entonces me pregunté, al cortar, con renovado nerviosismo, cuánto me duraría el palabras de las efecto, el angustia de estado, esta dormir que no me deja dependencia. Este cambio, en lunes, el teléfono ni siquiera sonó. Yaco no llamó, y pensé que me quedaría templo, que me echarían del solo. ¿Habré hecho algo pregunté? me mal. Pero después sí, después sí recibí el llamado y entonces sentí la paz interior que nace en nuestro líder, la voz amada del amado Yaco que hace que todas las cosas vuelvan a su lugar, que hace que mi día no sea nada del otro mundo y que yo me sienta bien.

Anillos
Una costumbre que teníamos con mi novia era que yo le regalara anillos. Nuestra relación era extraña, ya que nos veíamos dos meses, luego dejábamos pasar tres, y nos volvíamos a encontrar otros dos, y así siempre. También era extraño que nos citáramos en lugares del mundo siempre diferentes, pero supongo que era eso lo que nos gustaba entonces. El romance comenzó en Nueva York porque, como se sabe, todo comienza siempre en Nueva York. Ella miraba anillos en una tiendita del Village, yo buscaba unos buenos guantes abrigados. Era el segundo día de febrero y nevaba. La miré -ella dudaba bajo su campera de lana- y le dije que era capaz de adivinar su nombre. Se lo dije en inglés pero ella respondió en español, y respondió bueno, a ver, inténtalo. María, dije, creyendo tener así, con un nombre corriente, mayores posibilidades. No, me dijo, soy Ursula. Pues claro, Ursula, dije para que supiera que yo también hablaba castellano. Para remediar mi falta, propuse elegir y comprar su anillo. Pensé que ella no lo haría, pero aceptó: ya nos habíamos enamorado. Era un anillo común, muy bonito, de cinco dólares, con una falsa piedra negra. Era un anillo más, pero fue el primero de otros muchos. Meses después, en un puesto de la calle, en Madrid, cerca de una estación de Metro llamada San Bernardo, encontré uno parecido con una piedra morada, también de unos cinco dólares. Ella me esperaba en un departamento que nos habían prestado unos parientes, y cuando le di el anillo supe que no podría dejar nunca de regalarle anillos ni de estar con ella. En Buenos Aires, un lugar remoto, paseábamos por un parque llamado Centenario y en una feria artesanal descubrimos el mismo anillo, con una falsa piedra verde. Una mujer con un vestido de lino blanco nos vendió uno, de piedra celeste, en Guadalajara, en la calle de los mariachis, y una brasilera joven y bonita nos regaló uno rojo en la playa de Itapoa, en San Salvador de Bahía. Y en todos lados, en Bangladesh, y en Marruecos, en Johannesburgo y en Praga, en Varsovia, y en una callecita estrecha de la Ciudad Vieja de Montevideo, y en otra de la parte antigua de San Sebastián, y en las escaleras que suben a Montmartre, y en una confitería de San Francisco, en todos lados Ursula recibía los anillos baratos de piedras comunes que yo le ofrecía, los recibía como quien renueva un compromiso inevitable. Y fuimos felices, de ese modo, varios años. Hasta que un día le ofrecí una casa, una posibilidad de establecernos, una alianza de oro. Y la rechazó.

Por qué estás así
No estoy loco. No estoy loco. No estoy loco. Te digo que no estoy loco. Quizás tenga alguna ligera disfunción cerebral, neuronal, tú sabes, cosas del clima, todo se recalienta y las cosas ya no funcionan bien, bien, ya lo sabes, no es que esté loco, es otra cosa, porque no, no lo estoy, tengo esta cara porque no soporto estar así, estar acá, en esta ciudad, pero no creas, por favor no creas que estoy loco, es el calor, eso, el calor rebotando en el cemento de la ciudad, en los vidrios de las ventanas, en los techos de los autos, en todos lados, por todos lados, no es que esté loco, por qué me miras así, por qué me miras, ¿tienes algún problema?, sí, es eso, tienes problemas, sí, tienes muchos problemas, a ver, vamos a ver, cuéntame, vamos, cuéntame, quizás juntos descubramos por qué estas así, por qué tienes esa cara de loco, por qué tienes tantos problemas.

Restaurante
Por qué tenía que ser de seda, pregunta él apenas se sientan a la mesa que el maître les ha asignado, pero ella no contesta y sonríe cuando el mismo maître le corre la silla, y por eso él debe esperar a que se retire para mirarla a los ojos y volver a preguntar por qué de seda, eh, por qué, vos no sabés que la seda pica, que es resbalosa, que no estoy acostumbrado, y entonces ella sí debe responder, y responde sí, que sí, que es incómodo, y qué, mejor acostumbrate, no vas a ser pobre toda la vida, y sonríe otra vez porque un camarero les ha alcanzado las cartas, impresas en un finísimo papel transparente, con letras repletas de arabescos y casi todos nombres en francés, él le dice sonreís una vez más y te parto la cara, ella dice no seas bestia que me levanto y me voy y él le dice no sé qué elegir, ella dice qué te parece crêpes de espinacas rellenas de blanco de ave, champignones, jamón en salsa de tomates y gratin de dos quesos, no, dice él, o las crêpes rellenas de centollas, finas hierbas, salsa ligera de limón y pimienta verde, dice ella, bueno, dice él, pero dejá de sonreírle a todo el mundo que te reviento, si querés nos vamos, dice ella mientras mira cómo él se revuelve en el asiento, cómo muestra lo incómodo que se siente en ese traje de seda, y está segura de que él en cualquier momento puede hacer algo para que todos se den cuenta, que se den cuenta y los echen, no es lugar para ellos, los cuadros de las paredes parecen de verdad, ella nunca vio cuadros de verdad, siempre eran láminas, pero en el cuadro que está en la pared, justo sobre ella, se ve que salen los pedacitos de pintura para afuera, qué lindo, dice ella, mirá, mirá el cuadro, mirá cómo lo alumbra la vela y se ve la pintura, le dice, pensá que es el único cuadro así que hay en el mundo, que no es una copia, que este es el que pintó el pintor, dice ella, y él dice y a mí qué, mejor pidamos la comida, que venga el mozo de una buena vez, y no tiene más que decirlo que el mozo aparece con su uniforme negro, con sus modales femeninos, a ofrecerles una copa de champagne, invitación de la casa, y una degustación de finos patés, algunos trufados y otros perfumados con hierbas, espero que estén cómodos y que disfruten de una velada agradable, dice el mozo y cuando se retira él dice velada tenés la foto, y se ríe y ella se ríe también, ambos terminan sus copas y él dice mejor no comamos nada y entonces los dos sacan sus revólveres, él de un bolsillo del saco, ella de su cartera de cuero, y asaltan el restaurante.


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El falso viejo de «El viejo y el mar»
Diario «Clarín» Suplemento de cultura.

El falso viejo de «El viejo y el mar»
Debo contar esta historia de la forma más sencilla posible. Estaba en La Habana, con una pareja de amigos -él periodista, ella actriz, él argentino, ella cubana- y me llevaron a conocer, primero, la quinta de Hemingway, llamada «Vigía», que queda en San Francisco de Paula. Hay que tomar la avenida del Puerto, llamada también de Paula, después ir al barrio popular de San Miguel del Padrón y recién ahí llegas. Vimos las habitaciones de la casona sin trasponer las puertas, cruzadas por cintas rojas infranqueables. Vimos su vieja máquina de escribir, los montones de libros en todos los ambientes de la casa, sus bibliotecas interminables e insólitas -había una hasta en el baño-, vimos su barco, expuesto como una reliquia, y subimos a un mirador a contemplar el mar.
Luego me llevaron hasta un bar, «La Terraza», que queda en Cojimar, un poblado de pescadores a 15 kilómetros de la Habana Vieja, de donde salió la mayoría de los balseros durante la crisis de agosto de 1994. Había una gran barra de madera y muchos licores de todas clases, en especial ron de dos y de siete años. El bar estaba dividido en dos salas, la primera con la barra y, al fondo, una gran fuente con langostas vivas. En el otro cuarto estaban las mesas y las paredes llenas de fotos, y un ventanal daba a una pequeña bahía, la bahía de Cojimar.
Al entrar nos quedamos varios minutos mirando las fotos de las paredes: Hemingway en su barco, Hemingway mostrando su pesca, Hemingway posando para la cámara, Hemingway con Fidel, en fin, todas fotos del escritor, todas en blanco y negro y todas ampliadas y enmarcadas prolijamente. Por casualidad, el barman era amigo de mis anfitriones, y nos preparó unos mojitos especiales, ya saben, ese conocido trago de ron de dos años, limón, azúcar y hierbabuena.
Confesó no saber cuánto valían, ya que los cobraba de acuerdo a la cara del turista. Llega un momento en que uno se marea con tantos dólares, dijo. No hacía falta que me explicaran que Omar, por tener contacto con los turistas, era un privilegiado. Y es aquí donde sucede la historia, que más que una historia -y disculpen por decirlo recién ahora- es apenas un comentario, el comentario que hizo Omar. Nos señaló a un anciano que se acercaba hacia el bar y dijo: ¿Ven? Ese es el falso hombre en el que se basó Hemingway para escribir «El viejo y el mar». Le preguntamos cómo era eso del «falso» hombre y él, que había provocado la pregunta, contestó claro, es simple, el pobre se gana unos dólares diciéndole esa historia a los turistas, hasta se saca fotos con ellos y todos quedan contentos. Mis amigos preguntaron qué se había hecho del verdadero. El barman contestó ah, sí, vive a dos cuadras de aquí, pero no sale casi nunca y no da entrevistas.
Hay algo más. Luego supe que Hemingway ni siquiera había pisado nunca el bar La Terraza, que iba sólo a la Bodeguita del Medio o al Floridita, en la Habana Vieja. «Mi mojito en la bodeguita, mi daiquirí en el Floridita», escribió, en la bodeguita, en los años 50.